Incalificable

Editorial del periódico El Nacional, una muestra de la injusta justicia que nos rige
Incalificable

Con todo y haber sido liberado después de 15 años, tres meses y 16 días en prisión sin ser procesado por los tribunales, con Ramón Arias todavía no se ha hecho justicia. Ese largo período que pasó en cárceles por una acusación no probada debería ser de algún modo resarcido por el Estado para que pueda hablarse de justicia.
El caso de este presidiario ilustra el drama del sistema judicial, no obstante los avances que ciertamente se han alcanzado. Como Arias de seguro que hay muchos otros reclusos que no han encontrado la vía o tenido la suerte de que se ventilen sus expedientes. Por supuesto, personas de escasos recursos económicos, sin nombres ni apellidos, que en este país son las grandes víctimas de execrables injusticias.
Más que lamentos y los habituales golpes de pecho, la incalificable historia del jornalero banilejo debería iluminar el sistema penitenciario siquiera para un censo periódico de los reclusos. Arias, sometido por un crimen que alega no cometió, tuvo que tragarse más de 15 años como preso preventivo como resultado de la dejadez, la incapacidad y hasta la indolencia.
Su desgracia comenzó en 1992, cuando fue detenido en relación con la muerte de Franklin Peña Melo, ocurrida el primero de enero de ese año en El Llano. Sin embargo, fue en febrero de 1994, o sea 25 meses después, cuando fue acusado de un crimen que siempre ha negado.
A través de la providencia calificativa 11-92, el juez de instrucción Silvano Antonio Zapata dispuso que el imputado fuera juzgado por un tribunal criminal. Desde entonces comenzó su azaroso peregrinaje por las cárceles de Baní, Najayo y La Victoria sin que se ventilara un proceso que hasta el 17 de enero de 2000 había sido reenviado en 12 ocasiones.
Gracias a la licenciada Heilin Figueres Ciprián, defensora pública del Distrito Judicial de San Cristóbal, la Justicia resplandeció al conseguir que fuera puesto en libertad por un tribunal banilejo a través de un recurso de habeas corpus.
Pero con la libertad su viacrucis no ha terminado, porque ahora, sin más medios que su propia existencia, tiene que enfrentarse a una sociedad que ya no conoce y que tampoco le abrirá sus puertas. Es un drama triste y deplorable.

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